
No sólo en las ciudades de cemento, reflejada en un sinfín de cristales, sino también en las profundidades más salvajes y bastas de los montes y las cañadas.
El jueves pasado paseaba con mi amigo Portos por un antiguo camino forestal. Llegamos tarde y presenciamos el maravilloso momento del atardecer. Realmente amo estas montañas, amo sus formas recortadas en el horizonte. Amo el rumor de las hojas de los árboles al mecerse en el viento y la manera en que la luz descansa en sus copas...
Que extranjera me sentiría en la lejana llanura, seca y desnuda. Creo que su sinceridad me devoraría... pues no podría más que mirar hacia el cielo tan cercano en aquel lugar.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home