Extrañamente: el Ascenso
Érase una vez un mundo en decadencia, érase una vez un mundo condenado habitado por gente condenada. Este es un pequeño cuento que habla de las ascensión y del significado intrínseco de inocencia dentro de toda condena.
“Un día el cielo se oscureció y se manchó de rojo y barro, como una herida sucia e infectada. La gente se refugió en sus casas y cubiles. Oficinas abarrotadas, supermercados vacíos. Hacía calor y el olor ácido a transpiración intoxicaba los sentidos.
Lucía salió de los túneles del tren desconcertada. Acostumbraba a dormirse con el traqueteo y se extrañó al no ver a nadie en las andanas. Las escaleras mecánicas iban solas, como si fantasmas las aprovecharan para subir o bajar. Caminó escuchando el eco de sus pasos amortiguado por la humedad de muchos cuerpos, deseando salir para respirar hondo. Grande fue su sorpresa cuando no consiguió ver la luz del sol.
Desconcertada comenzó a recorrer el rutinario camino hasta la oficina, agarrándose a él con toda su cordura.
En la segunda travesía se encontró con una desdichada. Iba desnuda y tenía el cuerpo lleno de moratones y rasguños.
- Maldita! Maldita! -le gritó mientras le escupía entre dientes.- Malditos todos…-
La extraña mujer se alejó de ella brincando y haciendo gestos obscenos con las manos y la dejó silenciosa, temerosa de pensar en sus propios pecados, los auto impuestos, los obligados…. Los deseados…
El viento arreció y se protegió los ojos llenos de arena. Avanzó vacilante casi sin poder parpadear. Sus pasos errantes le llevaron a una zona en obras. Los escombros se balanceaban sobre los parapetos, pero al menos el viento no era allí tan persistente.
Un sonido le llamó la atención de forma especial. Destacaba sobre el aullido del viento y era capaz de ponerle los pelos de punta (más, si eso era posible). Por un instinto mal interpretado de autodestrucción buscó su origen y pronto dio con él. Entre los árboles arrancados había una pequeña construcción medio en ruinas, con paredes manchadas de hollín de antiguas hogueras. Una puerta destartalada guardaba el umbral. Entró buscando refugio y persiguiendo lo que ahora reconocía como un lamento.
- ¿Hay alguien? -silencio. Alguien hipó.- ¿Hola? ¿Está usted bien?
Los ojos no se acostumbraban a esa extraña oscuridad… comenzó a distinguir la forma de un hombre acurrucado en un rincón. La construcción había perdido la mayor parte del techo y se veía lo que debería haber sido el cielo a través de las vigas.
- ¿Quien eres? -Lucía se acercó al extraño. Se sorprendió al descubrir que podía respirar mejor… el hedor no era tan fuerte allí.- No te haré daño. ¿Sabes qué ha pasado? … me dormí.
- Me he perdido. Me caí… -su voz era suave, profunda. Le recordó a algo… remover la arena de la playa con los pies…?-.
- ¿Te duele?
- Ya no… - el hombre se incorporó. Lucía vio que también estaba desnudo, sucio y magullado. Parecía sangre reseca lo de sus hombros.-
- ¿Qué te ha pasado? –alarmada rebuscó en sus bolsillos servilletas, pañuelos algo.- Tienes mal aspecto.
- Me caí…
Encontró un trozo de papel de cocina con un chicle pegado, pero dadas las circunstancias le pareció irrelevante. El hombre comenzó a llorar otra vez, esta vez en silencio. Regueros de amargura le recorrían las mejillas. Ahora que le llegaba un poco más de luz vio que era hermoso. Era tan hermoso que algo le dolió dentro del pecho. Se acercó más para ver como podía ayudarlo. No sabía por donde empezar…
- Bu-bueno –tartamudeó- ¿cómo te llamas? Porque tendrás un nombre… -le temblaban las manos cuando le tocó. Sintió fuego y hielo en los dedos.-
- Perdí mi nombre cuando me caí –dijo entre sollozos. Se acuclilló y escondió la cabeza entre las manos mientras se abandonaba al llanto. Su espalda quedó bien expuesta; en ella había dos heridas feísimas, una al lado de la otra, en la línea de los hombros. La piel se había quemado hasta ennegrecer. Un hilillo de sangre se escapaba de cada una.-
Lucía se arrodilló a su lado e intentó apartarle las manos de la cara.
- ¿Cómo te has hecho eso? Debe de dolerte –sintió como las lagrimas comenzaban a brotar también de sus ojos. De repente se sintió consumida por una gran pena.-
- No, ya no me duele… me caí..
- ¿Entonces, porqué lloras?
El hombre hermoso la miró. Tenía los ojos del color de la miel. Lucía volvió a sentir la punzada de dolor.
- Ya no me ama. Ya no me quiere… yo estaba cuando se nombraron las cosas por primera vez… -alzó la mirada, perdiéndola entre los restos del tejado.-
La tristeza más profunda hirió su corazón. Le agarró por los hombros obligándole a mirarla de nuevo. Algo había en ella, algo que la hizo cabalgar a lomos de la presencia más grande que había aquí o en ningún otro lugar.
- Pero…. –comenzó- Pero yo sí te amo…. No sé porqué, pero es lo más cierto que conozco. Te amo.
El hombre pareció transformarse. Se alzó del suelo donde se escondía y pareció que el sonido del viento desaparecía. El silencio lo envolvió todo.
Él la amó. En aquel lugar la amó.
Lucía dejó de ser Lucía y fue Amor.
El Mundo dejó de ser el Mundo y fue Amor.
El Tiempo dejó de ser Tiempo y fue …”
Y el cielo se abrió, y los caídos fueron perdonados.
“Un día el cielo se oscureció y se manchó de rojo y barro, como una herida sucia e infectada. La gente se refugió en sus casas y cubiles. Oficinas abarrotadas, supermercados vacíos. Hacía calor y el olor ácido a transpiración intoxicaba los sentidos.
Lucía salió de los túneles del tren desconcertada. Acostumbraba a dormirse con el traqueteo y se extrañó al no ver a nadie en las andanas. Las escaleras mecánicas iban solas, como si fantasmas las aprovecharan para subir o bajar. Caminó escuchando el eco de sus pasos amortiguado por la humedad de muchos cuerpos, deseando salir para respirar hondo. Grande fue su sorpresa cuando no consiguió ver la luz del sol.
Desconcertada comenzó a recorrer el rutinario camino hasta la oficina, agarrándose a él con toda su cordura.
En la segunda travesía se encontró con una desdichada. Iba desnuda y tenía el cuerpo lleno de moratones y rasguños.
- Maldita! Maldita! -le gritó mientras le escupía entre dientes.- Malditos todos…-
La extraña mujer se alejó de ella brincando y haciendo gestos obscenos con las manos y la dejó silenciosa, temerosa de pensar en sus propios pecados, los auto impuestos, los obligados…. Los deseados…
El viento arreció y se protegió los ojos llenos de arena. Avanzó vacilante casi sin poder parpadear. Sus pasos errantes le llevaron a una zona en obras. Los escombros se balanceaban sobre los parapetos, pero al menos el viento no era allí tan persistente.
Un sonido le llamó la atención de forma especial. Destacaba sobre el aullido del viento y era capaz de ponerle los pelos de punta (más, si eso era posible). Por un instinto mal interpretado de autodestrucción buscó su origen y pronto dio con él. Entre los árboles arrancados había una pequeña construcción medio en ruinas, con paredes manchadas de hollín de antiguas hogueras. Una puerta destartalada guardaba el umbral. Entró buscando refugio y persiguiendo lo que ahora reconocía como un lamento.
- ¿Hay alguien? -silencio. Alguien hipó.- ¿Hola? ¿Está usted bien?
Los ojos no se acostumbraban a esa extraña oscuridad… comenzó a distinguir la forma de un hombre acurrucado en un rincón. La construcción había perdido la mayor parte del techo y se veía lo que debería haber sido el cielo a través de las vigas.
- ¿Quien eres? -Lucía se acercó al extraño. Se sorprendió al descubrir que podía respirar mejor… el hedor no era tan fuerte allí.- No te haré daño. ¿Sabes qué ha pasado? … me dormí.
- Me he perdido. Me caí… -su voz era suave, profunda. Le recordó a algo… remover la arena de la playa con los pies…?-.
- ¿Te duele?
- Ya no… - el hombre se incorporó. Lucía vio que también estaba desnudo, sucio y magullado. Parecía sangre reseca lo de sus hombros.-
- ¿Qué te ha pasado? –alarmada rebuscó en sus bolsillos servilletas, pañuelos algo.- Tienes mal aspecto.
- Me caí…
Encontró un trozo de papel de cocina con un chicle pegado, pero dadas las circunstancias le pareció irrelevante. El hombre comenzó a llorar otra vez, esta vez en silencio. Regueros de amargura le recorrían las mejillas. Ahora que le llegaba un poco más de luz vio que era hermoso. Era tan hermoso que algo le dolió dentro del pecho. Se acercó más para ver como podía ayudarlo. No sabía por donde empezar…
- Bu-bueno –tartamudeó- ¿cómo te llamas? Porque tendrás un nombre… -le temblaban las manos cuando le tocó. Sintió fuego y hielo en los dedos.-
- Perdí mi nombre cuando me caí –dijo entre sollozos. Se acuclilló y escondió la cabeza entre las manos mientras se abandonaba al llanto. Su espalda quedó bien expuesta; en ella había dos heridas feísimas, una al lado de la otra, en la línea de los hombros. La piel se había quemado hasta ennegrecer. Un hilillo de sangre se escapaba de cada una.-
Lucía se arrodilló a su lado e intentó apartarle las manos de la cara.
- ¿Cómo te has hecho eso? Debe de dolerte –sintió como las lagrimas comenzaban a brotar también de sus ojos. De repente se sintió consumida por una gran pena.-
- No, ya no me duele… me caí..
- ¿Entonces, porqué lloras?
El hombre hermoso la miró. Tenía los ojos del color de la miel. Lucía volvió a sentir la punzada de dolor.
- Ya no me ama. Ya no me quiere… yo estaba cuando se nombraron las cosas por primera vez… -alzó la mirada, perdiéndola entre los restos del tejado.-
La tristeza más profunda hirió su corazón. Le agarró por los hombros obligándole a mirarla de nuevo. Algo había en ella, algo que la hizo cabalgar a lomos de la presencia más grande que había aquí o en ningún otro lugar.
- Pero…. –comenzó- Pero yo sí te amo…. No sé porqué, pero es lo más cierto que conozco. Te amo.
El hombre pareció transformarse. Se alzó del suelo donde se escondía y pareció que el sonido del viento desaparecía. El silencio lo envolvió todo.
Él la amó. En aquel lugar la amó.
Lucía dejó de ser Lucía y fue Amor.
El Mundo dejó de ser el Mundo y fue Amor.
El Tiempo dejó de ser Tiempo y fue …”
Y el cielo se abrió, y los caídos fueron perdonados.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home